Vivimos en un país pequeño que trata de encontrar la manera de ser el más cercano al primer mundo, con una ciudad atestada de vehículos, remedos de super-edificios y la absurda esperanza de ser un país con un equipo de futbol mundialista.
Hace unas horas nuestra ciudad principal, mi área de residencia, acepto someterse en pánico luego de varios ataques fácilmente calificables de terroristas. Muchos esperaban ver al ejercito en las calles, el anuncio de alguna forma de acción por parte del Presidente que les mostrara a todos que se tenia que vivir en un sentimiento de emergencia. Que el terror que se sentía era lo único que se podía aceptar y definitivamente, la única opción.
Universidades y negocios decidieron cerrar y permitir que reinara la zozobra. La hora pico se adelanto a media tarde y sin contar con todos los medios de transporte normal, la gente se traslado a sus hogares. Solo para que en la siguiente mañana, todo regresara a una relativa normalidad. Relativa pues todo el mundo espera un motín en la ciudad. Alguna forma de caos que recuerde los de hace unos 20 años, cuando niñas con vestido color rosa y un pañuelo que les cubriera el rostro tiraban piedras a letreros y vitrinas de cualquier comercio a su paso. También la época de historias de horror tan comunes en las que todos sabían de alguien a quien, alguna forma de autoridad, lo había asaltado, atacado o secuestrado y la palabra política o expresión personal eran prácticamente blasfemias o parte del peor o más estúpido vocabulario posible.
A mi juicio la actitud de la mayoría de lideres, especialmente de varios centros educativos privados, era de aceptar el miedo y nada más, de recordar esos momentos de horror de hace 20 años y decirle a la gente que se fuera a esconder a sus casas, a rezar porque no les cayera el cielo encima.
En horas de la tarde, la gente encontró más de una forma de transporte de igual manera como lo hubiera hecho en su momento habitual de regreso al hogar. El transporte público sigue siendo limitado pero no imposible. Y como fuera posible la emergencia se cubrió. Eso fácilmente muestra que es posible ser más organizados, estar mucho mejor preparados y ser capaces de prevenir más que reaccionar. Me refiero a que antes de vivir en pánico, es posible vivir con más orden. Con la misma fuerza que se organizan vehículos para servir como transporte público de emergencia, un grupo de resistencia para protestar por una injusticia, también es posible que nos organicemos para poder combatir mejor la delincuencia.
No se trata de que todos tengamos armas, no todos podemos pagarlas, pero si de saber quienes las tienen, para saber como organizarnos y poder reaccionar, ser capaces de vivir y saber como auxiliar y pedir auxilio. Conocer a nuestras autoridades y hacerlas parte de nuestras vidas. No creo que sea un mundo perfecto ni una utopía, solo que no veo otra solución real. Muchos esperan un conflicto, algún tipo de levantamiento armado y un derramamiento de sangre que pare en la muerte de prácticamente cualquier delincuente. Llaman a acciones por parte de un Estado represivo que inevitablemente llevaría a otra forma de terror colectivo y probablemente peor que lo que vivimos ahora. Probablemente un conflicto no sea evadible, pero no es lo único que se tiene que hacer, y no solo es el Gobierno el responsable. Definitivamente, todo pueblo tiene a los gobernantes que se merece. Si todo el mundo quiere mandar, y buscamos a un mejor tata (patriarca) cada vez que podemos, pues este atenderá mejor nuestros deseos y pasiones no se puede esperar mucho; nadie tiene derecho a exigir por lo que no quiere ni se molesta en producir.
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